El producto chatarra de la televisión: EPN
La
tragicómica ignorancia de Enrique Peña Nieto ha vuelto una especie de deporte
nacional el reír a sus costillas, como de cualquier otro presidente de México,
solo que ahora, los chistes e insultos son plenamente conocidos por el
destinatario de las burlas y su familia a través de los medios sociales. Sólo basta recordar a la contestataria
Paulina Peña insultando a los tuiteros, llamándoles “prole” y “pendejos”.
Epítetos por demás clasistas.
Y es
que verdaderamente, el flamante presidente de nuestro querido México es un
anatema político y académico; no ha leído, no sabe de personajes históricos
como Benito Juárez, no conoce las instituciones que preside, no habla ni jota
de inglés, sus discursos se notan mal ensayados, necesita telepromter para los
más mínimos eventos. Cuando se equivoca no sabe salir del error con retórica
triunfante, se detiene en medio de los mensajes, busca apoyo en sus
subalternos, titubea, tartamudea, se derrumba.
Supuestamente,
la clase media, esa gran masa diversa con cierto nivel de educación y de
ingreso, debería llevar la puntera en cuanto a la crítica y la fiscalización de
la clase política. Pero no es así,
pareciera que la clase media sueña con pertenecer algún día a la clase política
que la depauperó. Que le canceló todas sus
conquistas laborales, que con tal de
mantener su nivel de corrupción ha vendido paraestatales a los monopolios, el
gobierno al crimen organizado, la seguridad a la delincuencia y la sangre de miles de inocentes al
narcotráfico.
A Peña
Nieto se le acusa de ser un producto de las televisoras, es decir un producto
chatarra, y es cierto. La industria de
la televisión se ha encargado de programar a su audiencia con un modelo
mercantil ignorante de las características culturales de su consumidor. Para
encajar en este modelo la clase media tiene que soñar con ser norteamericana,
tiene que despreciarse a si misma, su color de piel, su historia y su cultura e
imitar el modelo estadounidense, al que muchas veces, ni siquiera
entiende. Esto sucede gracias a la
aridez de productos y servicios diseñados para ellos. En medio de esta perdida
de identidad programática, no hay espacio para el respeto por la tierra, por la
cultura ni por el país: todo lo que huela, parezca y sepa a México, pertenece a
la “proble”, los “nacos”, etc.
Esta
programación mercantil es aun peor que aquella que manipula a las masas en los
Estados Unidos, porque allá, la manipulación solo les cancela derechos e
ingresos a la clase media, en cambio aquí, a esa erosión, hay que añadir el robo
de la identidad cultural, y con ello generar la desesperanza, la crítica de
todo lo que puede generar cultura y educación, pilares del desarrollo social que
conllevan a una mejor economía. Nuestros
jóvenes no hallan el beneficio de estudiar en la UNAM, en el IPN o en las
universidades e institutos tecnológicos locales. Siempre hay una suerte de desconfianza, de
sospecha acerca de la calidad educativa por no parecerse al modelo extranjero y
entonces, si ya todo está mal, qué importa que la educación la tenga
secuestrada un ser tan despreciable como la cínica Elba Esther Gordillo o la presidencia, el pelagatos ignorante de Enrique Peña Nieto...
Y ya en
este punto, para qué donar tiempo para mejorar la sociedad y el entorno, si es
un entorno que despreciamos porque no se parece a la realidad que nos vende la
programación mercantil televisiva.
Es
urgente que la sociedad empiece a exigir el alto al dispendio incontrolable de
la clase política ignorante, ineficiente y criminal, y así mismo que el
gobierno preste sus servicios con la alta calidad que sus ridículamente altos
sueldos demandan. Un alto a la corrupción y a la venta de la sangre de
inocentes.
Pero es
importante recuperar la identidad cultural y social: Estados Unidos no es el
paraíso ni su sociedad nuestro modelo. México no es ese infierno habitado por
“la prole” y su “mal gusto”. Es importante empezar hoy a rescatarnos.